“Hay autores que consideran que es difícil discernir entre si el mitómano cree o no en su propio relato; se cree que parece que al inicio saben que están mintiendo, pero acaban sumergiéndose en su propia historia y engañándose a sí mismos”
Maricarmen Jiménez, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM.
En 1891, el psiquiatra Anton Delbrück describió por primera vez una curiosa patología presente en personas con tendencia compulsiva a mentir, a la que denominó pseudología fantástica o mitomanía. Aunque los estudios actuales no la clasifican como un trastorno del comportamiento, de acuerdo con el MSM V o el CIE-10 (Clasificación internacional de enfermedades), se le relaciona con afectaciones mentales que sí lo son, como el trastorno histriónico, el antisocial o el narcisista.
Pues bien, tras un año de delirantes discursos de Gustavo Petro como presidente, en los que, lápiz en mano y posando de intelectual, insiste en el fin inminente de la especie humana, en la necesidad de legalizar el narcotráfico, en la descarbonización absoluta e inmediata de la economía, en la posibilidad de alcanzar una paz total por vía de las concesiones incondicionadas a los criminales, así como en diatribas interminables y sosas en contra de la libertad de empresa, la propiedad privada y el libre comercio, no queda más que pensar en que es posible que estemos ante un caso de los identificados por el connotado psiquiatra suizo hace más de un siglo.
Así quedó ratificado en su largo y soso discurso de instalación del Congreso de la República, el pasado 20 de julio, donde se dedicó a divagar para esconder su paupérrima gestión. Algunas de las delirantes afirmaciones fueron:
En primer lugar, aunque no amerite discusión el trastorno de las condiciones medioambientales del planeta, la recurrente alusión de Petro a la “extinción inminente de la humanidad” ha alcanzado un nivel de hartazgo. Y es que su discurso satanizando la explotación minera legal, la exploración y explotación de hidrocarburos y otras actividades económicas como la ganadería y cultivos como caña de azúcar y palma, contrasta con la permisividad de su gobierno con la minería ilegal y los cultivos ilícitos, que tanto afectan aguas, bosques y suelos.
Solo en el Cauca, según el propio Ministerio de Defensa Nacional (marzo), la minería ilegal creció en un 255%, mientras que la captura por delitos relacionados ha caído en un 12%; entretanto, la erradicación manual de cultivos ilícitos disminuyó en un 87% y la incautación de cocaína se redujo en un 18% y la de heroína un 45%.
Pero quizá la expresión de cinismo más atrevida, la hizo al referirse a la tragedia de la migración ilegal por el Tapón del Darién, la que relaciona con el cambio climático y no, por ejemplo, con las consecuencias atroces del régimen venezolano, al que procura legitimar en cuanto escenario tiene oportunidad de intervenir.
Con el mismo desparpajo, como si le hablara a un público desconectado del país, afirmó que su política de transición energética le costó una ministra excelente. Por un lado, su gestión en esta materia va camino al fracaso: en el Índice Global de Transición Energética de este año retrocedimos 10 puntos (pasamos del puesto 29 al 39), en su Plan de Desarrollo aumentó del 1% al 6% el costo de las transferencias eléctricas que deben pagar las empresas que desarrollen proyectos de energía renovable no convencionales (solar y eólica) y, según la Asociación de Energías Renovables de Colombia, solo una tercera parte del total de este tipo de proyectos (52) avanza sin contratiempo; por otro lado, Irene Vélez no dejó el Ministerio de Minas por su buena gestión, sino porque no aguantó la presión de saberse responsable al parecer de tráfico de influencias, falsedad en documento público y otra serie de faltas por las que está siendo investigada.
Finalmente, Petro afirmó que la “guerra entre el Estado y la insurgencia que es la que produce las bajas” se está acabando, cuando lo que hay en realidad es una especie de parálisis de la Fuerza Pública por cuenta de los ceses, mientras se fortalecen las estructuras criminales y aumentan las cifras de delitos de alto impacto. Los colombianos hemos empezado a experimentar la zozobra y la angustia que padecíamos hace un par de décadas y que estábamos superando. Entre enero y mayo de este año se presentaron 152 secuestros; a 16 de julio van 54 masacres con 176 víctimas; 12 alcaldes, en 7 departamentos, están despachando afuera de sus municipios, amenazados por grupos armados al margen de la ley; se han confinado 103 comunidades a nivel nacional, afectando a 5.825 familias; llevamos 18.755 personas desplazadas masivamente este año. En fin, el dato mata el relato y aquí lo que vemos es un presidente que o desconoce o miente sobre la realidad de Colombia.